¿Cómo están organizados los empresarios argentinos?
Sabemos cómo están reguladas las sociedades a partir de las leyes y regulaciones. Pero, ¿Sabemos cómo son realmente? La sociedad en las sociedades, desde 1983.
Por Rodrigo Luchinsky
El gobierno nacional anunció que enviaría un proyecto de ley para modificar el sistema de sociedades comerciales. No han trascendido los detalles, pero aparentemente se busca acelerar el proceso de constitución, revisar los mecanismos antilavado y generar una figura societaria para los clubes de fútbol.
Mientras tanto, es interesante conocer cómo está conformada la constelación de sociedades comerciales en nuestro país. O sociedades a secas, porque desde que entró en vigencia el nuevo Código Civil y Comercial, desaparecieron las sociedades civiles (no así las “asociaciones civiles”, que son junto con las fundaciones las organizaciones sin fines de lucro).
Sabemos cómo están reguladas las sociedades porque existen normas específicas, pero, curiosamente, no sabemos cómo son realmente. Las preguntas que surgen son numerosas. De todas las conformaciones posibles, ¿Cuáles son las más elegidas? ¿Cuáles son las prácticas más frecuentes? ¿Por qué? ¿Quiénes son los integrantes de las sociedades argentinas? ¿Cómo evolucionan en el tiempo?
Para responder esos interrogantes, relevamos los principales resultados de una investigación en la cual participaron varios integrantes del CEIDE, aunque tuvo lugar en la Universidad de Buenos Aires (puede encontrarse publicada en Rodrigo Luchinsky, La sociedad en las Sociedades. Un estudio sobre la organización de los empresarios argentinos, Editorial Edial, 2015).
La investigación llevó casi tres años y enfrentó la dificultad de no contar en nuestro país con datos agregados que nos sirvan de antecedente. Es así que el trabajo consistió en relevar la fuente más pública de todas, el Boletín Oficial. Las sociedades tienen que publicar edictos con cierta información como requisito para realizar e inscribir una variada gama actos.
Se construyó una base de casi 7000 sociedades no financieras y privadas, correspondiente a los años 2012-2013, y hacia atrás a los años 2003, 93 y 83, de modo tal de tener un panorama integral de los últimos 30 años de historia argentina.
¿Qué dice toda esta información? ¿Cómo son las sociedades? Vamos a extraer algunos de los resultados más importantes.
Una de las observaciones más interesantes es la que tiene que ver con la dispersión del accionariado. En la visión clásica, las sociedades eran percibidas como una comunidad de accionistas atomizados con problemas de acción colectiva para controlar a los administradores. En nuestro estudio, sin embargo, comprobamos que la realidad actual está muy lejos de esa configuración. Tenemos una reducida cantidad de socios, muy cercana a los dos integrantes. Al mismo tiempo, el control no está distribuido en forma equitativa sino que uno de los socios ejerce el dominio en forma absoluta.
Otro aspecto interesante es la caracterización de los socios. En primer lugar, el accionariado es muy poco cosmopolita. El 93% de los socios son argentinos, un valor que coincide con el porcentaje de extranjeros en la población general. Solamente algo menos del 11% de las sociedades tienen uno o más socios extranjeros. Cuando los socios son sociedades, solamente el 14% están constituidas en el exterior.
Leemos continuamente historias sobre los “emprendedores”, caracterizados como muy innovadores y sobre todo muy jóvenes. Según este estudio, sin embargo, los socios de las sociedades no son tan jóvenes. Tienen, en promedio, 45 años. Desde 1983 el promedio fue incrementándose al ritmo del aumento en la expectativa de vida en los grandes centros urbanos.
Menos jóvenes son todavía los administradores. En sociedades recién constituidas tienen en promedio 46 años frente a casi 40 en 1983. Las sociedades preexistentes registran un promedio más elevado, de 52 años.
¿Qué ocurre cuando miramos la distribución de géneros? ¿Hay más igualdad de oportunidades? Una de las hipótesis era el avance en el equilibrio de género desde 1983 hacia esta parte. Es un período de plenitud democrática en el que se lograron medidas legislativas importantísimas.
En 2012-2013, el 31% de los socios eran mujeres, frente al 22% en 1983. Existió un salto grande entre el 83 y el 93, pero en los 20 años siguientes no se avanzó demasiado. Por otro lado, solo el 23% de las sociedades tienen su principal accionista mujer, el 20% tienen presidenta y un cuarto de los directores son directoras, todo en cifras que se han mantenidos sin cambios.
La participación femenina crece significativamente en los cargos suplentes. Estas observaciones son muy importantes porque estamos abarcando un sector que ha permanecido ajeno a las políticas de igualación.
El estudio también se pregunta si hay algún tipo de correlación entre el género y el valor del capital social. Aunque el capital social poco dice acerca de las fuentes de financiamiento concretas, sí podría tomarse como dato indiciario. Efectivamente, observamos una cierta correlación descendiente en el capital social a medida que aumentan las mujeres socias. Menos claro aunque consistente con lo anterior es la correlación entre el género del presidente y el promedio de capital social.
En otro orden de cosas, el gobierno societario como disciplina nació a partir de la observación de la separación entre la propiedad y el control en las empresas modernas. ¿Cómo es el panorama hoy? Es muy diferente. En el agrupamiento más actual, un 78% de los socios también ocupan cargos de gestión, y solamente un 5% de las sociedades se constituyen sin superponer cargos con participaciones en el capital social.
También existe un gran solapamiento entre estructuras de empresa y familia. Las relaciones familiares inciden en los mecanismos decisorios de un grupo cuyos lazos contractuales podrían no ser los que definen la relación de pertenencia. Con una metodología muy conservadora, un 38% de los socios presentaban relaciones de familia y un tercio de las sociedades relevadas tienen al menos dos socios así vinculados.
El siguiente grupo de observaciones se refiere a los órganos societarios. Una administración diligente debiera canalizar adecuadamente los conflictos de interés y poner en marcha la empresa con el objetivo de crear valor.
La imagen cinematográfica de los cuerpos colegiados reunidos alrededor de una mesa, -justamente llamada “de directorio”- está muy alejada de la realidad, con un promedio que no llega a los dos integrantes. La evolución precedente muestra un paulatino achicamiento. No existe una correlación entre el patrimonio y el tamaño del directorio, al menos cuando el patrón de comparación es el monto del capital social.
En cuanto a los mecanismos de fiscalización, en la forma en que están dispuestas las cosas el propio diseño normativo de la sindicatura predice su fracaso. El gen de su inutilidad radica en que en un contexto de accionariado concentrado, el mismo accionista controlante nombra a los directores y a quienes deben fiscalizarlos. Aún así, el 83% de las sociedades expresamente prescinden de la sindicatura porque la ley lo permite, y si tomamos los edictos en los que se eligen autoridades sin mencionar mecanismos de fiscalización orgánicos, menos del 3% de las sociedades tienen sindicatura.
La base informativa contiene mucha más información de la más variada índole publicada en el informe escrito. Solamente para traer un dato algo simpático a modo de cierre, registramos las sedes sociales de todas las sociedades. Según las disposiciones regulatorias, la sede social es el lugar en el que funciona efectivamente el centro administrativo de la empresa. Si vemos el detalle de las calles más elegidas en la Ciudad de Buenos Aires, la mayoría corresponden a la zona de tribunales, es decir donde se concentran las oficinas de abogados, contadores y otros profesionales.
Podemos postular algunas conclusiones que arrojan cierta luz sobre la temática explorada y nos permiten arriesgar algunas implicancias.
La sociedad prototípica tiene una reducida cantidad de socios, en su mayoría argentinos, no tan jóvenes, con estructura organizacional mínima, sin separación entre la propiedad y la gestión y con estructuras societarias y familiares cruzadas.
La principal implicancia en torno a la temática societaria es una alerta sobre la falta de protección de los socios minoritarios. Para ello se combinan varios elementos legales e idiosincráticos. En primer lugar, la existencia de un socio hegemónico. Quien reúne los votos para formar la voluntad social difícilmente vaya a autolimitarse para honrar intereses ajenos.
Con este patrón fáctico, el principal conflicto de interés no está adecuadamente abordado por los dispositivos normativos de fiscalización. La minoría difícilmente podrá contar con representación porque no existen mecanismos de representación proporcional y porque el extremo nivel de concentración ni siquiera permite la utilización extensiva de mecanismos previstos para esos fines como el voto acumulativo o la elección por clases de acciones.
Las cuestiones de género resultaban interesantes de conocer. Las sociedades son ámbitos de convivencia que han quedado por fuera de las medidas legislativas que propugnan la diversidad aún en un período en el cual se han ampliado muchos derechos y libertades.
El panorama societario, sin embargo, sigue ampliamente dominado por varones, comprobando de algún modo el parangón con el “techo de cristal”.
La tercera implicancia es la vinculada al emprendedurismo. El estado de cosas muestra algunas cuestiones que inciden definitivamente en el clima de negocios necesario para el florecimiento de una cultura emprendedora.
Tenemos, por un lado, las dificultades propias de un accionariado concentrado, carente de monitoreo efectivo y sujeto al problema de los beneficios privados del control. En un contexto de baja protección para los inversores pasivos, la disponibilidad de recursos va sufrir de costos financieros prohibitivos. A ello se suma la falta de certeza sobre las estructuras empresarias regidas por otro tipo de lógicas de relación, especialmente cuando existe entrecruzamiento con esquemas familiares.
El predominio de varones y cada vez mayores seguramente requiera una lectura desde el punto de vista del clima emprendedor. Mientras se fomenta el espíritu innovador desde la universidad, lo cierto es que un joven de 20 años deberá esperar ¡25 años! para integrar su propio proyecto, siempre y cuando sea varón.